[ENTREVISTA] “La arquitectura del siglo XXI es la de la gente mayor y su medida la silla de ruedas”

El arquitecto Enrique Rovira-Beleta reivindica un diseño accesible que mejore la calidad de vida de todas las personas, no sólo de quienes tienen una discapacidad.

Trayectoria profesional y experiencia personal avalan a Enrique Rovira-Beleta (Barcelona, 1958) como uno de los máximos expertos en accesibilidad. Usuario de silla de ruedas desde los 23 años, este arquitecto lleva cuatro décadas promoviendo la supresión de barreras arquitectónicas y trabajando para lograr viviendas, edificios y ciudades más cómodas y accesibles no sólo para quienes tienen alguna discapacidad, sino para todas las personas. Y siempre con la premisa de “accesibilidad desapercibida”, que no se note.

“Ese es el drama de mi trabajo, que no se ve, que incluyes cosas de las que nadie se da cuenta hasta que las necesita”, apunta Rovira-Beleta, que fue responsable de accesibilidad en los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de Barcelona y hoy sigue asesorando a gobiernos, instituciones y empresas sobre decisiones de diseño arquitectónico para facilitar la vida de las personas, además de formar a arquitectos y profesionales de diferentes ámbitos en accesibilidad y diseño universal desde la UIC Barcelona School of Architecture, de la que es profesor.

La accesibilidad está garantizada por ley en España desde hace dos décadas, por lo que cabe pensar que ya es una premisa interiorizada por todos los arquitectos y tenida en cuenta en todos los proyectos de construcción o reforma de casas, plazas ...

Sí, pero no de forma suficiente o adecuada, porque falta formación. La única escuela de arquitectura de España que tiene una asignatura obligatoria de accesibilidad es la UIC, que casualmente doy yo. Si no la apruebas, no eres arquitecto. Y tampoco hay formación en accesibilidad en las escuelas de diseño, de interiorismo y decoración, en los estudios de derecho, educación, enfermería...

¿A todos esos profesionales les hace falta saber de accesibilidad?


Claro, porque ahora hay cada vez más gente mayor y todos quieren seguir viviendo en su casa y haciendo lo que les plazca; pero las casas, los negocios y las ciudades no están preparados para ello. La arquitectura del siglo XXI es la arquitectura de la gente mayor. Y la accesibilidad, que antes era algo que atañía a unos pocos, al colectivo de personas con alguna discapacidad, ahora atañe a todos. En diez años, las viviendas y las calles estarán llenas de gente mayor que ya no ve igual, no oye igual, no camina igual ni entiende igual; y hay que cambiar las ciudades pero también la formación de todos los profesionales para que sepan abordar esas necesidades desde su ámbito.

Cuando se habla de un edificio accesible, enseguida se piensa en rampas. ¿Es suficiente?

Evidentemente no. Necesitamos plazas de aparcamiento reservadas, una entrada con rampa, un bucle magnético pensado para que personas con problemas de audición puedan escuchar a través del audífono, un plano háptico donde la información se pueda ver, tocar, oír... Siempre es una ventaja trabajar pensando en personas con discapacidad severa, porque si piensas en el más afectado todos salen ganando. 

Eso es diseño para todos, porque si pasa la silla de ruedas pasamos todos; si el cartel incluye braille, lo lee el ciego y lo leemos todos, si la señalética incluye colores ayuda a la persona con problemas cognitivos pero también al extranjero que no entiende el idioma... El diseño accesible mejora el confort y la calidad de vida de todas las personas: las que viven, las que van de visita y las que un día se harán mayores allí.

En el caso de las viviendas, ¿cómo han de ser para poder envejecer en ellas?

Una casa donde yo pueda ir de visita. La medida de la arquitectura del siglo XXI no es la que decía Leonardo Da Vinci, es la silla de ruedas. Es decir, que las viviendas se han de diseñar sin ningún escalón para entrar al edificio, ¡ninguno! Y con el telefonillo a una altura que pueda llamar yo y el niño del séptimo. 

¿Qué más?

El ascensor ha de ser de 6 personas para que entre la silla sin desmontarla y se ha de poder llegar a él en plano o con una rampa suave (¡no un tobogán!) con pasamanos, que da seguridad a los mayores. Luego, las puertas han de ser de 80 centímetros y los pasillos de un metro, porque así paso yo y pasa todo el mundo. Y el baño, además de tener el váter a 45-48 centímetros del suelo, debe estar diseñado para poder cerrar la puerta si entras con silla de ruedas. Y estaría bien poder salir al balcón sin ningún escalón.

¿Y el resto de estancias?

Esa sería la accesibilidad estandarizable para todas las casas. Sobre esa base cada cual podría añadir las adaptaciones que necesite en cada etapa vital o según sus circunstancias por poco dinero.

¿Y en la calle? ¿Qué medidas de accesibilidad considera básicas?

Barcelona es un buen ejemplo. Con motivo de los Juegos Olímpicos se montaron los llamados vado Barcelona, una rampa del 10% que abarca todo el paso de peatones y facilita la movilidad de todos: jóvenes, mayores, patinetes, bicicletas, sillas de ruedas... Otro punto clave para la accesibilidad es el transporte. El autobús te avisa de cuánto falta para que llegue, tiene asientos especiales, sale una rampa para facilitar el subir y bajar... Y en el metro tienes ascensor (aunque harían falta más y siempre transparentes para que si te quedas encerrado se vea y los sordos puedan comunicarse) y franjas guías que te llevan del ascensor hasta el cajero, y de ahí al control de paso, al ascensor que baja al andén... 

En cuestión de transporte, lo que faltan son más taxis adaptados. También haría falta más señalética accesible -que se vea, se oiga y se toque-, y parques y jardines inclusivos como los que comienza a haber y donde niños con y sin discapacidad pueden compartir de manera natural columpios, juegos en braille y recorridos.

¿Barcelona es entonces la ciudad más cómoda para usted en términos de accesibilidad?

Berlín le hace competencia. Allí todas las tiendas están a pie llano, sin escalón, y mantienen limpias las aceras. En cambio, me decepcionó Estocolmo porque hacen todo especial para discapacitados, como si fuera un tercer sexo, y yo defiendo que los baños, por ejemplo, sean los mismos pero accesibles.

¿Cree que las normativas de construcción deberían incorporar más obligaciones en materia de accesibilidad?

Lo que hace falta es aplicar un control de calidad e implementar un sello que certifique la calidad de la accesibilidad, por ejemplo concediendo más o menos estrellas como en los hoteles, y premiando a quienes introduzcan mejoras por encima de la norma. Y todo ello supervisado por expertos en accesibilidad acreditados con títulos homologados, porque los detalles cuentan mucho, y falta formación tanto entre los propios arquitectos como entre quienes ejecutan las obras. Luego vas a un hotel y te encuentras con toboganes en vez de rampas o las barras del baño adaptado mal puestas.

¿Eso no es responsabilidad del arquitecto que proyecta las obras?

En arquitectura, como en medicina, hay especialidades: construcción, fachadas, infraestructuras, instalaciones y, también, accesibilidad. Pero de esta última hay muy pocos expertos y mucho trabajo. También dentro de las empresas, donde debería auditarse la accesibilidad para evitar accidentes, porque no sólo tropiezan o chocan los ciegos, también los despistados; y no sólo los sordos tienen problemas con el lenguaje, también los extranjeros. 

Así que mejorar la accesibilidad es una ventaja para todos y un gran negocio, pero no hay suficientes expertos para hacer esa consultoría y certificación porque hay pocos cursos de especialización. Yo fui pionero, en 2010, en impulsar un postgrado online interactivo en Accesiblidad y Diseño Universal en la UIC Barcelona School of Architecture, en el que tenemos alumnos de todo el mundo y de diferentes disciplinas, no sólo arquitectos.

Fuente: La Vanguardia

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